En el Siglo VI Europa fuer recorrida por hordas de bárbaros, y la vida era durísima en los campos y ciudades arrasados.
En medio de tal situación, aparecieron los monasterios benedictinos, en los que el trabajo en campos y bosques se combinaba con la oración.
Estos ofrecían refugio a los habitantes de pueblos y aldeas; las plegarias de los monjes reconforbotaban el alma, y el trabajo tenaz hacía desaparecer el sufrimiento y el hambre.
Se extendieron por toda Europa, y fueron un elemento que caracterizó el paisaje medieval, igual que los castillos.