En los eclipses de Sol, es la Luna la que se interpone entre la Tierra y el Sol. Por el contrario, en los eclipses de Luna, la Tierra se sitúa entre el Sol y la Luna cuando esta última se halla en la fase de plenilunio. Cuando está en la fase de novilunio, la Luna se encuentra entre el Sol y la Tierra y origina los eclipses de Sol.
El número de eclipses que se producen en un año varía desde un mínimo entre dos y cuatro (en el primer caso ambos son de Sol; en el segundo lo más frecuente es que haya dos de Sol y dos de Luna) hasta un máximo de siete, o sea cinco de Sol y dos de Luna, o cuatro de Sol y tres de Luna.
Una vez dadas estas explicaciones, los eclipses de Sol y de Luna no pueden asustar a nadie. Pero, aun sabiendo cómo se forman, el asistir al progresivo y total oscurecimiento del Sol, y encontrarse en breve tiempo inmersos en la oscuridad aunque esté la mañana avanzada, provoca una sensación de desconcierto y de leve angustia. Podemos comprender bastante bien el pánico que asaltaba a nuestros antepasados cuando presenciaban este fenómeno.
Menos impresionante que el solar es el eclipse total de Luna.