El órgano es el instrumento musical más rico, más potente y de mayor tamaño. Sus posibilidades son infinitas. No obstante, solo consiste en una colección de tubos sonoros en correspondencia con botones de registro, teclados y un pedalier (juego de pedales). Sabiamente concebidos y construidos, estos tubos difieren entre sí por su estructura tamaño, forma, materia y timbre. Pueden tener embocadura de flauta o que esta embocadura este equipada con una lengüeta vibrante; tener una longitud de varios metros o ser casi de las dimensiones de una flauta; cilíndricos, de sección cuadrada o cónica, y , en este último caso, afilarse o abocinarse en la punta. Pueden ser metálicos (estaño, cinc) o de madera (abeto, okumé, caoba). El oyente solo ve la fachada, sin sospechar la proliferación que ésta oculta: un verdadero bosque de tubos desiguales que, en algunos órganos, llegan a sumar diez mil.
Los tubos descansan sobre un secreto, caja que almacena el aire que llega del sistema de ventiladores, una provisión del cual ya está acumulada en unos depósitos primarios. Para proporcionar la corriente de aire que requiere un órgano, solo se disponía antaño de fuelles como los de las herrerías, movidos con los brazos o con el pie. Era necesario todo un equipo de enérgicos entonadores para mantener la enorme respiración del gigantesco instrumento. Hoy se utilizan ventiladores eléctricos de gran potencia.
El órgano, magnífico intérprete de la música litúrgica, solo estuvo presente, durante siglos , en las iglesias. En nuestros días figura en las salad de concierto y de espectáculos. Puede ser escamoteable, como el del Palacio Chaillot, en París, que, no obstante, pesa setenta y cinco toneladas.